Preferimos el término acompañantes a profesorado, ya que no les enseñamos nuestros conocimientos, sino que favorecemos que creen los suyos propios.

La labor de las personas adultas en la escuela es la de acompañar, por lo que es necesario tener claros los siguientes puntos:

Crear y cuidar ambientes

Creamos el espacio, con la mayor diversidad posible de materiales, potenciando un clima de protección y confianza que favorezca la experimentación y el proceso de aprendizaje.

Respetar y confiar

Respetamos el proceso madurativo y necesidades individuales, sin adelantarnos, sin dar más de lo que necesitan y piden. Para ello es vital confiar en los procesos naturales de la vida, en sus capacidades, y hacerlo sin juzgarles.

No interferir

Somos sus personas adultas de referencia, estamos a su lado, pero no enseñamos ni dirigimos. Así, no intervenimos a no ser que nos lo pidan o que sea necesario para preservar su seguridad.

Observar y facilitar

Llevamos un registro de lo que hacen individualmente y las necesidades propias que van surgiendo en el espacio en el que se encuentran. Mediante esta evaluación sabemos en qué momento de su proceso de desarrollo están. Asistimos, facilitamos, pero nunca realizamos las actividades en su lugar.

Actitud y Coordinación 

La presencia adulta es activa: usamos un tono de voz bajo y un lenguaje claro y preciso, sin imperativos ni gritos, y siempre nos ponemos a su altura en la interacción. Hacemos a las familias partícipes del proceso de desarrollo y aprendizaje de sus hijas e hijos.

Conflictos, límites

Velamos por su seguridad. En caso de que la actividad que se está realizando entrañe algún tipo de riesgo, intervenimos eliminándolo o parando la actividad. Si nace un conflicto, no lo solucionamos, sino que, manteniendo la seguridad de las partes implicadas, les dejamos tiempo para que puedan solucionarlo, a no ser que se produzca una invasión del espacio personal, física o verbalmente.