¡ENHORABUENA ANDOLINA! por ese valioso reconocimiento a la labor educativa desarrollada en este proyecto cooperativo autogestionado de Gijón. El verano pasado presentamos nuestra candidatura al I Premio a la Educación Claudio Naranjo y, de entre 29 proyectos de 6 países, obtuvimos una de las cuatro Menciones Honoríficas. Así que estamos llenos de, ya sabéis, “orgullo y satisfacción”, pero genuinos  😉

Así, desde el Espacio de Reflexión del blog del Colegio Andolina, y como corresponde a sus propósitos, queremos compartir con vosotros algunos de los planteamientos que nos han hecho merecedores de esta distinción. Para ello, iniciamos hoy una serie de artículos a partir de textos del dossier que se presentó para dicha candidatura y que llevará por título el del libro de Claudio Naranjo “Cambiar la educación para cambiar el mundo”, como reconocimiento a su inestimable aportación a un mundo mejor y, por supuesto, por afinidad con muchas de sus propuestas.

Stitched Panorama

Y es que no podemos dejar de insistir en que la educación y, particularmente, la enseñanza formal, es una factor clave en la configuración del mundo en que vivimos pues contribuye significativamente a cómo los niños, futuros adultos, van a percibir e interpretar lo que les rodea. Y actualmente, en España, tenemos un palmario ejemplo de cómo determinados “programas de interpretación” que se nos inoculan desde pequeños pueden estar arrastrándonos a un marasmo que mantiene a la sociedad atenazada frente a un abuso institucional escandaloso: una crisis que tiene su origen, básicamente, en la codicia negligente y criminal de las élites financieras en connivencia (oprobiosamente recompensada) con la clase política decisoria, está sirviendo de pretexto para eliminar valiosísimos derechos que ha costado siglos conseguir y para estrangular aún más el acceso a los recursos de una inmensa mayoría de la población hasta el punto de hundir a una creciente parte de la misma en un subsistencia indigna. Pero, a pesar de toda la crudeza, no es lo peor de esta crisis infame pues no es sino una derivada de una crisis más profunda: una crisis moral, entendida esta como Bien Común, y una crisis de inteligencia, es decir, una enajenación colectiva que nos impide entender lo que está sucediendo en realidad. Un adocenamiento que no hace  sino consolidarse con reformas como la que impone la Ley Wert (LOMCE) que antepone la productividad económica a la realización personal y entiende, por tanto, la educación como “trayectorias hacia la empleabilidad” antes que hacia el conocimiento y la libertad. Como dice el profesor Lledó: “Creo que no estamos tanto ante una crisis económica, sino en una crisis de la mente, de nuestra forma de entender el mundo. La crisis más real -con independencia de los problemas económicos, que son muy reales- es la crisis de la inteligencia. No estamos solo ante una corrupción de las cosas, sino ante una corrupción de la mente. A mí me llama la atención que siempre se habla, y con razón, de libertad de expresión. Es obvio que hay que tener eso, pero lo que hay que tener, principal y primariamente, es libertad de pensamiento. ¿Qué me importa a mí la libertad de expresión si no digo más que imbecilidades? ¿Para qué sirve si no sabes pensar, si no tienes sentido crítico, si no sabes ser libre intelectualmente? […]  (Nuestra mente está siendo corrompida por) una política de la mentira y una educación que no se ha tomado en serio. La educación es la esencia de partida social y si eso falta la sociedad se va a pique. Filosofía significaba apego a entender. Preocupación por saber qué mundo es el tuyo, qué sociedad es la tuya y cómo compartir la vida con otros. Por eso es tan importante la política, aunque hoy se hable de la destrucción de la política. […] La economía es importante, pero es solo una parte. Hay que dejar que los muchachos, los cinco o seis años que están en la universidad, se entusiasmen con algo, que no se obsesionen con cómo ganarse la vida, ya se la ganarán o la lucharán. La obsesión por ganarse la vida es la forma más radical de perderla.

Es una situación compleja, desde luego, y debemos evitar la tentación de explicarla con argumentos simples; no es un modelo unicausal. Desde una perspectiva psicológica se podrían enumerar diferentes mecanismos que explican esta parálisis social ante el sistemático atropello al que se nos somete, empezando por el miedo (el miedo a perder lo poco que nos queda); también la “indefensión aprendida” (la inevitabilidad del daño), la enajenación ideológica (a través de discursos cargados de falacias y prejuicios sin fundamentos objetivos), etc. Tal vez este no es el foro para desarrollar exhaustivamente estos argumentos; aquí hablamos de educación. Así que: ¿en qué medida contribuye la enseñanza a este dramático estado de cosas en el que vivimos?. Reflexionemos…

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La gente no sabe lo que está pasando, y ni siquiera sabe que no lo sabe.”

  Noam Chomsky; filósofo y lingüista (MIT).

Y, ¿qué está pasando?…

Que, tal vez, como las crías de pato de Konrad Lorenz, estemos troquelados: no nos dejan seguir a nuestra madre (Naturaleza) y la han sustituido por una enorme zanahoria chapada en oro.

Cada vez con más premura, nuestras crías son separadas de su familia y colocadas, como un minúsculo engranaje, en una gigantesca máquina cuyo combustible es la codicia.

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Esta sofisticada máquina nos proporciona, desde el inicio de la vida, la información necesaria, más o menos sutil, para evitar que cuestionemos el orden de cosas del que formamos parte1. Así, las instituciones educativas, ya las excesivamente tempranas, nos van guiando por un entorno en el que se premia la obediencia, la quietud, la uniformidad, la competitividad…

Poco a poco, la escuela se convierte en la puerta de acceso a un universo unidimensional2, acrítico y monocorde, en el que la música publicitaria nos recuerda constantemente que la felicidad se compra.

Por suerte o por desgracia, nunca se sabe, no todos los niños superan las pruebas que dan paso a la ordenada comunidad de productores-consumidores, que se dejan la vida produciendo para poder consumir y aparentar que su vida es mejor que la del vecino; algunos, cada vez más, son desechados por incompetentes para ese universo de “robots felices”3. De estos incompetentes, los que se han creído a pies juntillas la explicación del mundo que se les ha dado, tratarán de subsistir en el sótano de los desposeídos; y los que no se lo han creído, tal vez porque, mientras estaban en su propio mundo fantástico, no les daba tiempo a escuchar sermones sobre lo dura que es la vida y lo necesarias que son unas destrezas totalmente irrelevantes para ellos, intentarán construir su propio universo, multidimensional, con sus reglas y sus recompensas.

Y, tal vez, algunos de esos niños, más o menos competentes según los burócratas, pero fantasiosos todos, cuando sean mayores, quieran realizar la fantasía de hacer una escuela abierta a las múltiples dimensiones que sus hijos pudieran tener, hagan realidad su sueño y la construyan con sus propias manos. Una escuela en la que se valore la curiosidad, el juego, el inconformismo, la crítica, la creatividad, la cooperación, la fantasía… 

Podrían acercarse a  Andolina, donde recibimos encantados a todos los que quieran conocernos, para enseñarles que una escuela así es posible.

En Gijón (Asturias), un grupo de familias inconformistas, decidió en 2010 construir una escuela que fuera la puerta de acceso a un universo que no estuviera regido por la codicia y el individualismo, sino por el bien común y la cooperación. Una escuela que no estigmatizara a aquellos niños que no están preparados para superar pruebas arbitrarias diseñadas por unos burócratas que, o no conocen qué es la infancia y cómo se aprende a aprender o, simplemente, aun siendo “competentes”, se creyeron a pies juntillas lo que les contaron en la escuela, sin cuestionarse nada.

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Referencias:
2. «El hombre unidimensional«, Herbert Marcuse (1964).
3. «El Cuello Blanco«, Charles Wright Mills (1951).