Conocemos numerosos métodos de examen para identificar los estadios principales del desarrollo del niño. En general, estos métodos consisten en registrar los comportamientos de los lactantes en edades precisas, en situaciones de examen idénticas o similares. A menudo el fenómeno que se quiere observar a través de estos exámenes no es un comportamiento autónomo ni espontáneo sino la respuesta a la acción o a las palabras del adulto.
No se busca saber qué es capaz de hacer el niño por sí mismo, qué hace él mismo en su vida de todos los días, sino por ejemplo, cómo evoluciona con el tiempo la curvatura de su columna vertebral o cómo mantiene su cabeza cuando el adulto lo coloca en la posición sentada.
Por otra parte, tampoco obtenemos informaciones sobre la capacidad del lactante para establecer una relación activa con el adulto, ni sobre su capacidad de tomar iniciativas. Con mayor razón no sabremos cómo es necesario variar la manera de ocuparse del niño, o cómo debe ser su medio ambiente material para que él pueda tomar esas iniciativas y realizar sus proyectos.
Si queremos saber en qué medida el niño es capaz de interacciones eficaces con su medio, no sólo es necesario cambiar nuestros métodos de examen sino nuestro comportamiento frente a él para crear un medio tal en el que pueda desplegar esas aptitudes. Esto es justamente lo que creemos haber realizado en el Instituto Lóczy: los niños pequeños pueden, casi desde sus primeros días, tomar la iniciativa y conducir interacciones eficaces tanto con el adulto que se ocupa de ellos como con el medio material. Así hemos comprobado que en el desarrollo de las relaciones entre el niño y el adulto puede realizarse un proceso, caracterizado por un comportamiento eficaz del niño referido a lo que va a sucederle y es sobre ello que hemos construido la base misma de nuestra práctica cotidiana. Tomando iniciativas, el niño es un compañero activo en la interacción: tiene un comportamiento competente.
El bebé, participando activamente en los cuidados, viviendo en un equilibrio emocional y afectivo satisfactorio, toma también iniciativas fuera de los cuidados, fuera de la presencia del adulto. En un ambiente adecuado es capaz de buscar el objeto que le interesa, de explorarlo solo, de jugar y manipularlo. El bebé criado en esas condiciones requiere menos la asistencia del adulto en muchos terrenos. En cada uno de los estadios de su desarrollo, el niño es capaz de moverse de manera autónoma, de tomar la iniciativa de nuevas posturas y nuevos movimientos, aprenderlos y ejercerlos sin tener para esto, necesidad de la ayuda del adulto. En cada una de las posiciones que él toma es movedizo y ágil. Puede abandonar esa posición y puede volver a ella. Es dándose vuelta él mismo sobre el vientre como llega a la posición ventral, en lugar de haber sido acostado sobre el vientre por el adulto. No aprende la posición sentado con la ayuda del adulto que lo sienta sosteniéndolo. Llega a la posición sentado por sí mismo, progresivamente, desde la posición ventral acodándose de costado y ubicándose en posición semisentado –ambas son posturas intermedias que ejerce largamente. Igualmente, para aprender a ponerse de pie, no es colocado ni sostenido por el adulto. Se pone en cuadrupedia, luego se arrodilla, se levanta por sí mismo sosteniéndose; luego llega a ponerse de pie libremente; poco tiempo después comienza a marchar. Entre tanto ejerce continuamente sus otros movimientos. En el curso de su desarrollo, las maneras de desplazarse, de alcanzar un juguete y de servirse de él, van evolucionando. Ensaya siempre nuevos medios para moverse y actuar durante toda su primera infancia. No es necesario que el adulto le muestre, le enseñe todo. Con un interés inagotable mira su mano, toma los objetos, los observa, los experimenta; cambia a menudo de posición y de lugar. A partir de su propia iniciativa va conociendo el mundo circundante. Y algo esencial es que haciéndolo, su alegría, su deseo de tomar iniciativas permanece constante.
Así hemos también comprobado y construido a partir de ello, el otro aspecto esencial de nuestra práctica cotidiana: el desarrollo de los movimientos y de la manipulación puede realizarse en un proceso caracterizado por un comportamiento competente.
Además de la actitud adecuada del adulto, es necesario un ambiente material conveniente para que el niño pueda actuar solo con los objetos, es decir, que pueda comportarse hacia ellos de manera competente. Es preciso que estos juguetes estén a una distancia accesible para que él pueda alcanzarlos con sus manos, que puedan ser utilizados libremente por el niño, que no estén atados, suspendidos o fijados; que no sea inconveniente llevarlos a la boca, etc. Además, sólo si tiene bastante lugar para hacerlo, el bebé puede descubrir, ejercer sus posibilidades motrices correspondientes a su nivel de desarrollo, es decir, darse vuelta de costado, boca abajo, rodar, reptar, desplazarse luego en cuatro patas, etc.
Sin embargo, si se examinan los sistemas educativos corrientes desde ese punto de vista, se ve que hay muchas circunstancias que traban la actividad de los niños pequeños. Hacia la edad de 5 o 6 meses, cuando podría ensayar nuevos movimientos, no se le deja esta posibilidad: suponiendo que no se lo inmovilice colocándolo sentado, le falta a menudo espacio suficiente. Muchos niños pasan jornadas enteras en la cama o bien en corralitos redondos de un metro de diámetro. En estos corralitos no se puede rolar, reptar, ni desplazarse en cuadrupedia. Se fabrican sillas o asientos especiales donde el niño no puede cambiar de posición, no puede retomar un objeto que se le cayó de las manos.
En numerosas ocasiones, la autonomía del niño, el sentimiento de competencia que él podría extraer de ella, es trabada por la manera en que el adulto cree favorecer su desarrollo. Sería interesante analizar la actitud que, bajo el pretexto de ayuda o de estimulación, priva al niño de la posibilidad de tomar por sí mismo sus iniciativas, de hacer ensayos y de finalizar él mismo una acción comenzada.
La menor ayuda para terminar lo que él ha comenzado priva al niño tanto de la alegría de una acción autónoma como del sentimiento de eficacia consigo mismo y con el objeto.
Los niños cuyo ritmo de desarrollo en ciertos aspectos es más lento que el promedio, están particularmente expuestos a este peligro, ya que se les hace ejercitar funciones en momentos en los que a ellos les falta ampliamente la maduración necesaria para éstas. Son colocados pasivos en posiciones que adquirirían ulteriormente, cada vez más evolucionadas, se exige de ellos rendimientos discordantes en relación con los que serían realmente capaces por sí mismos. Es a menudo de esta manera que se vuelve dependientes, inhábiles, torpes a niños sanos cuyo desarrollo es simplemente un poco más lento que el del promedio.
Que los niños tengan tan pocas aptitudes para tomar iniciativas; que prefieran reproducir antes que inventar, imitar antes que realizar ideas individuales es una de las grandes preocupaciones actuales de los pedagogos. Ahora bien, los niños son educados en este sentido desde el nacimiento. Desde su infancia más temprana se sofocan sus iniciativas, se les hace perder las ganas de experimentar por sí mismos; se restringen a áreas estrechas sus posibilidades de tomar cualquier iniciativa, y si las toman, poder finalizarlas ellos mismos.
Debemos ser conscientes de la importancia que reviste la educación del lactante y del niño pequeño, de la influencia que esta educación tendrá sobre toda su vida. Por esto, es útil atraer la atención de los padres (o de los adultos que se ocupan) sobre las señales que parten de los niños y lo que puede hacerse en respuesta a esas señales, sobre la importancia que tiene para el niño el hecho de ejercer autónomamente los movimientos.
Que la iniciativa provenga del niño, que la ejecución del acto sea autónomo, y que el mismo sea eficaz, son los elementos más importantes del comportamiento competente. El establecimiento activo de las relaciones con el adulto, el movimiento por propia iniciativa, la manipulación comenzada y continuada por sí mismo son, al mismo tiempo, consecuencias e instrumentos del desarrollo de su personalidad.
Iniciativa y Competencia
Dra. Emmi PIKLER
El Movimiento, parte indispensable de nuestro desarrollo, 4 y 5 de mayo en el Colegio Andolina
Cuando los niños y las niñas son respetados en su ritmo personal aparece la capacidad de permanecer y de estar en sí mismo, sintiendose acompañados en estos procesos aparece la identidad y la autonomía.
Gracias por el artículo.
Me ha encantado el artículo, sobretodo porque así me doy cuenta que lo estamos haciendo bien con nuestra bebé; quien tiene habilitado un gran colchón de yoga redondo en el suelo del salón con todos sus juguetes. Además, los juegos que ella hace los ha inventado ella misma, ya que tratamos de no intervenir mucho en su desarrollo, tanto psicomotriz, como intelectual. Gracias por vuestros artículos! La verdad es que a mi me enriquecen mucho! 😉