Miguel Arce, mediador social y escolar: “Buscar culpables es la mejor manera de generar conflictos, no nos han enseñado otra cosa”

Miguel-Arce

Tras una vida dedicada al activismo social, Miguel Arce (Madrid, 1962), mediador acreditado por el Instituto de Facilitación y Cambio IIFACe, compagina su actividad actual como docente con la formación a profesionales y particulares en técnicas de mediación y resolución de conflictos. Este profesor de sonrisa abierta transmite una tranquilidad poco frecuente en su estar, quizá porque cree más en tender la mano que en señalar. En esta entrevista reflexiona sobre la dificultad ampliamente extendida para abordar los conflictos sin perpetuar la violencia y las alternativas posibles a gran y pequeña escala. El próximo 19 de noviembre visitará el colegio Andolina, en Gijón, donde impartirá una jornada práctica sobre resolución de conflictos abierta a docentes y profesionales en contacto con la infancia y la adolescencia.  

Colegio Andolina / Gijón

– Hay quien dice que lo único seguro de esta vida es que nos vamos a morir algún día. A eso podríamos añadirle una segunda certeza, y es que vamos a tener conflictos.

– [Se ríe] Sí, aspirar a no tener conflictos es como querer respirar debajo del agua. La alternativa, más que pretender la irrealidad de no tenerlos, sería aprender a gestionarlos bien, acogerlos en lo que se pueda y aprender de ellos lo más posible. Muchas veces pretendemos taparlos, pero si no se atienden van enquistándose y van comiendo por dentro como la carcoma, hasta que al final se cae el edificio. Si yo pudiera elegir no tendría conflictos, pero ya que van a venir intento salir de ellos habiendo aprendido algo. En ese sentido pueden ser una riqueza. 

– Ahora que tenemos una guerra en Europa se hace más evidente la necesidad de que los países apliquen otras formas para resolver conflictos, ¿terminamos aplicando a escala individual las mismas violencias que vemos a gran escala? 

– En cierto modo sí, y por eso se habla de violencia estructural, que incluye a los países y a cada uno de nosotros. Hay que tener en cuenta que en todas las guerras y crisis hay sectores y personas que salen beneficiadas. Y en los conflictos interpersonales ocurre lo mismo: quien ha salido beneficiado habitualmente con métodos violentos en el futuro tenderá a reproducir esa forma de manejarse en los conflictos, siempre y cuando haya un entorno que ampare y entregue esa fuerza. Y tampoco es cuestión de maldad; la vivencia es que si antes me ha funcionado, sigo. La pena es no encontrar mecanismos distintos que nos puedan servir a todos. 

En ocasiones a lo largo de la historia hemos visto colectivos que han sufrido mucho y que en su comprensible dolor terminan reproduciendo la violencia en un afán defensivo interminable…

– Sí, no se trata de darle la vuelta a la tortilla, porque estaríamos en lo mismo, y no quiero decir que todas las situaciones sean equiparables. Ahora bien: si los que no tenemos armas podemos darnos cuenta de que por la vía de la violencia nos van a ganar, ¿qué pasaría si en lugar de pensar en cómo ´cargarnos´ al de enfrente se nos ocurre algo que nos sirva a todos? ¿podemos tener herramientas de otro tipo? Ahí tenemos mucho que aprender y desarrollar, tanto los países como las personas. 

– ¿Nos faltan herramientas para abordar los conflictos como padres o profesores?

– En general, la idea que tenemos de los conflictos es que son algo muy destructivo. Asociamos la idea de conflicto con haberlo pasado mal y por tanto tomamos la actitud de no profundizar en ellos. Por eso cuando como padres, madres o docentes nos encontramos ante un conflicto entre criaturas o entre nuestros hijos, en general tendemos a intervenir para solucionarlo cuanto antes y que no haya sufrimiento. Pero el mecanismo que tenemos para abordar esas situaciones es ver quién tiene razón, y esa es justo la mejor forma de provocar conflictos. 

– ¿Entonces vamos a apagar incendios con gasolina?

– Podemos decir que sí. Porque ver quién tiene razón es la lógica de la guerra, en la que alguien gana y alguien pierde. Pensemos que ganar implica que todos los demás pierden, y eso genera rechazo y malestares. Cuando nos educan en que ante un conflicto alguien desde afuera y desde arriba decide cómo tiene que ser la resolución, el resultado es que voy a aprender a ser el próximo que tiene razón. Y en las próximas situaciones seguiré yendo a ver quién tiene razón… y por tanto, quién no. Y ésa es una forma muy conflictiva de afrontar la vida, que genera malestar a todas las partes. También a la que gana, se impone y triunfa. Porque nadie gana siempre.  

– Pero no intervenir tampoco es una solución…

– Así es, la alternativa tampoco es no hacer nada, no se trata de dejar al niño de 4 años ante el niño de 8 que le está haciendo sufrir. Y aquí entramos en un campo que no sabe de recetas. Hay libros y métodos, pero el verdadero aprendizaje está en abrirnos a la experiencia, en intentar ir desaprendiendo y reaprendiendo con humildad cómo intervenir de otra forma. Cuando nos damos cuenta de que operamos bajo la lógica de vencedores y vencidos, podemos empezar a abrirnos a otra forma de acercarnos y entendemos por qué nos cuesta tanto reconocer nuestros fallos y pedir perdón. Porque en la lógica de la guerra, cuando pido perdón estoy quitándome puntos y entregándoselos a la otra parte, con lo cual estoy facilitando que la otra parte “gane” y yo “pierda”. 

– ¿Cómo podríamos empezar a pensar en una mirada que no esté condicionada por la lógica de vencedores y vencidos?

– El tema va por ahí, por empezar a hacernos este tipo de preguntas e ir entendiendo cuál es la razón y la justicia de las dos partes, que tiene que ver con las necesidades que ambas están queriendo cubrir. Tener necesidades es legítimo; la clave está que las partes no siempre verbalizan estas necesidades. En estas situaciones, poder llegar a esos motivos menos obvios de los conflictos nos permite resolverlos de forma creativa, aunque también nos requiere un aprendizaje permanente. Y por eso me apasiona mi trabajo. 

– Desafortunadamente resulta muy novedosa esta propuesta de detenernos a detectar lo que puede estar ocurriéndole a cada parte de un conflicto un poquito más allá de lo que puedan llegar a verbalizar en un momento dado… 

– Sí, así es. Y sin embargo me gustaría recalcar que es importante no entrar a machacarnos con que ya deberíamos “saber” y ser perfectos, porque nadie nos ha enseñado a abordar los conflictos. Poder darnos cuenta de que no sabemos hacerlo mejor en estos momentos nos da una cierta humildad que nos lleva a observar atentamente cuáles son los resultados. Y entonces preguntarnos si lo que estamos haciendo da lugar a una situación más agradable y si las personas involucradas han aprendido algo. Y si no lo hemos logrado del todo, podemos seguir investigando. No es tanto lo que hacemos o no; lo que marca la diferencia es la actitud, tener esa humildad de aceptar que no sabemos y desde ahí abrirnos a que nuestra manera no tiene por qué ser la correcta ni tenemos la clave de lo que el otro tiene que hacer. Entiendo que esto genera incertidumbre porque no hay fórmula mágica, pero esta aceptación es motor de cambio. 

– ¿Esa humildad nos lleva también a dejar de aferrarnos tanto a “lo nuestro”? 

– Está bien aferrarse a lo de cada uno, pero eso no significa que sea a costa de machacar al de enfrente. Es entender que yo soy nosotros. 

– Los y las adolescentes suelen quejarse de que los adultos no entendemos sus problemas… 

– Sí, y en esto tiene mucho que ver la lógica de la búsqueda de culpables que vemos en las películas y que es la que opera también en la realidad: cuando pasa algo malo, la policía va a buscar al culpable. No se busca una solución. Por ejemplo, se pelean dos chavales o se ha roto un cristal y la reacción habitual es ir a buscar quién ha sido, no preguntar cómo están uno y otro ni qué les ha pasado para llegar a esto. También habrá que ver qué consecuencias implican esas acciones, consecuencias que no tienen por qué ser castigos… en definitiva es estar ahí, en un aprendizaje permanente. 

– ¿Qué recomiendas en los casos de bullying?

El trabajo fundamental es trabajar la gestión emocional previamente y desde que nacemos. Porque ningún ser humano se merece entrar en ninguno de los roles que se dan en las dinámicas de bullying. Si en casa estoy mal y no me atrevo a enfrentarme a mamá o a papá o a quien sea, luego en clase siempre encontraré a alguien sobre quien volcar mi rabia. Porque la rabia no se descarga sobre quien la merece, sino sobre quien cada cual puede, que va a ser alguien más débil. Y si no es en clase, será con mi hermano pequeño, cuando llegue a casa, o con mi perro. Ojalá hubiéramos llegado a tiempo a ese chaval que le está haciendo la vida imposible a otros para poder preguntarle ¿qué te está pasando, en qué te puedo ayudar? Porque desde el bienestar no sale el maltrato. 

– ¿Y si no llegamos tan a tiempo?

– Una vez que ha ocurrido el bullying, antes de expulsar a un chaval puede ser útil hacer una mediación, pero solo en caso de que ambas partes quieran, y sabiendo que es un paliativo a posteriori.

– ¿Por qué en los centros educativos se hace cuesta arriba resolver los casos de acoso escolar? 

– Lo que está claro es que si queremos resultados diferentes no podemos seguir haciendo lo mismo. Si la supuesta solución en un caso de bullying es buscar quién ha agredido en este momento de la foto y castigar tres días sin venir a clase, ¿alguien piensa que ese chaval va a reflexionar esos tres días y cuando vuelva va a querer darle un abrazo a esa otra persona? Eso no funciona. Si acaso, volverá habiendo aprendido a no hacerlo delante de quien le ha pillado, y con más rabia. 

– Esto de meterse con los más débiles no solo ocurre entre chavales… 

La violencia es así, nos enfrentamos contra quien sabemos que vamos a ganar. Atacamos lo débil, lo vulnerable, y esto funciona igual con los adultos, en casa, dentro del trabajo, o metiéndonos con el inmigrante sin papeles porque es más fácil que pedirle cuentas al empresario. 

– ¿Cuáles son los errores más frecuentes que te encuentras en el ámbito educativo?

– Básicamente, que vemos a los chavales como alumnos, no como niños y niñas. Nos falta la mirada humana. Si los vemos como el rol que ocupan de alumnos, no como personas, como docente tengo todas las papeletas para desesperarme. Es muy raro que en todo el grupo no haya alguien que me impida dar la clase como me gustaría, y eso genera mucha rabia. Y desde ese lugar no podemos enseñar de verdad. 

– ¿Y qué vería una mirada más humana? 

– Sería una mirada desde la que nos preguntaríamos: ¿qué le está pasando a ese chaval? ¿es normal que los niños estén ahí encerrados y sentados tantas horas? ¿Y la cantidad de contenidos que les damos? Suelo invitar a los profesores a repetir el mismo examen un mes después, para ver cuántos de esos contenidos han retenido para la vida o si por el contrario solo ha servido para enfadarlos o desmotivarlos. Creemos que conocemos a los chavales, pero no es así. Conocemos una faceta muy pequeñita de ese ser humano que tiene una riqueza inmensa y que no está pudiendo desarrollar en ese espacio. 

– ¿Se considera una “pérdida de tiempo” abordar la gestión emocional en las aulas? 

– Yo invito a los profesores a “perder el tiempo” con estos asuntos siempre que puedan. Por ejemplo, les recomiendo dedicar los primeros días de clase a que jueguen, se toquen, se enfaden y vean qué hacen con ese enfado. Porque “perder” ese tiempo es fundamental para que estén en una actitud más tranquila y relajada, algo muy positivo incluso aunque solo se mirase desde el punto de vista productivo, porque se aprende mejor desde el bienestar. ¿No son espacios de educación, para formar personas para la vida? ¿Cómo puede haber un ser humano que se niegue a eso? ¡Pues se niegan todos! Cuando los chavales se alegran porque el cole cierra es porque algo tenemos que revisar ahí.

– ¿Cuál sería su recomendación para mejorar la educación? 

– Es cierto que el sistema actual no ayuda, pero por mucho cemento y muchas rejas que tenga el patio de una escuela, por rígido que sea el sistema, al final quien está con los chavales es cada cual, cada docente. Y si cada uno empieza a hacerse preguntas en la línea en que venimos hablando, mucho cambiaría. También es cierto que no tenemos experiencia de educar con la mirada humana, ni tenemos idea de cómo dejar de reproducir la lógica de la guerra ante los conflictos. Pero cuando un grupo de personas se une asumiendo que no hay una forma única ni ideal de resolver y aún así deciden aprender juntas a hacer las cosas de otra manera más humana y más amable suelen producir frutos muy valiosos y convertirse en una herramienta de cambio social. Es algo que merece la pena. 

– ¿Una semilla de esto puede ser la próxima jornada que va a impartir en el colegio Andolina de Gijón? 

– [Se ríe] ¡Ojalá! Yo siempre pongo todo de mí en las formaciones que imparto, y según mis alumnos suelen darse aperturas y movimientos muy interesantes. Invito a cualquiera que trabaje con niños o adolescentes a contactar con el colegio para participar el próximo 19 de noviembre, el mundo necesita más personas que abran el corazón a nuevas preguntas.