Siendo como es este, el de las guarderías, un tema controvertido, es normal que, a pesar de lo expuesto en las entradas anteriores, mucha gente se resista a aceptar las evidencias bio-psico-antropológicas resultantes del análisis de la conducta, es decir, de la interacción de un ser vivo que procesa información simbólica con un entorno plagado de normas, valores y expectativas. O, dicho de otro modo: nuestra tendencia a evitar conflictos psicológicos nos acaba llevando a la conformidad con nuestro entorno y, con ello, a obviar las numerosas discrepancias entre las demandas biológicas (lo que nos pide el cuerpo; en este caso: quedarnos junto al bebé) y las culturales (lo que nuestra sociedad “espera” de nosotros; en este caso: que lo llevemos a la guardería para poder trabajar y consumir). Parece que es más fácil pasar por el aro que ir contracorriente.
Sin embargo, no quiero dar a entender que defiendo la rebeldía indiscriminada contra un sistema malo malísimo; ir contracorriente, en determinados contextos, da buena imagen. No, no es eso. Como dije en la entrada anterior, nuestro ritmo de vida y los dispensadores masivos de “cultura” nos dificultan el acceso a información relevante para nuestras vidas y la de nuestros hijos; la presión cultural está extinguiendo los espacios personales de reflexión, necesarios para tomar decisiones trascendentales. Lo que me gustaría transmitir, desde este espacio de [recuperación de la] reflexión, son dos conceptos fundamentales que están en la base de todos los temas, de toda crítica, que aquí aparezcan: la libertad y las prioridades.
Todo el mundo quiere la libertad, algunos con una vehemencia sospechosa; de hecho, desde determinados medios de formación de opinión, se insiste en que nuestro modelo socioeconómico tiene como principal premisa la libertad. Ya. Pero, ¿cuán libres somos?. Esta es la cuestión; una libertad con información escasa y sesgada, ¿es libertad?. Yo creo que no. La libertad no consiste en que nos creamos los mensajes que insisten en que somos libres o elegir entre opciones restringidas y predeterminadas desde el poder. En mi opinión, el ejercicio de la libertad tiene como requisito la elección desde el conocimiento. La libertad, es conocer las distintas opciones, sus implicaciones, y la elección consecuente.
Dejadme que os cuente una anécdota: un amigo fue de acompañante con un grupo de enseñanza primaria a una fábrica de galletas. El gerente de la fábrica fue guiando al grupo por la instalación y explicando todo el proceso de fabricación. Un niño observó que las cintas que transportaban un mismo tipo de galletas, ya horneadas, se separaban e iban a máquinas envasadoras distintas, de donde salían en cajas de diferentes marcas. El niño no podía entender que la misma galleta tuviera marcas y envases distintos, y preguntó. La respuesta del gerente, en un ataque de sinceridad, fue: “es que a la gente le gusta creer que puede elegir”, a lo que siguió una sonrisa culpable. [Nota: el parecido con la realidad política, no es pura coincidencia].
En muchas de la decisiones importantes que tenemos que tomar en la vida, que incluyen a la política y su derivada económica (qué mundo queremos), no tenemos un fácil acceso a información relevante, a las principales opciones y sus consecuencias (pondremos otros ejemplos, a lo largo del blog). Muchas veces hay que enfrentarse al discurso dominante y a sus representantes, que no pocas veces nos afean esta actitud de disconformidad, para acceder a una información alternativa que nos permita tomar, libremente, una decisión ponderada. Que nos permita, en definitiva, establecer prioridades en función de nuestros intereses, de nuestras necesidades reales, y no de las ficticias que nos inoculan desde pequeños (¿recordáis lo que decía H. Marcuse?). A menos que elijamos, libremente, las ficticias, claro; eso es la libertad.
Así que, recopilemos más información acerca de la escolarización temprana.
• No sin mi madre. Volvamos al entorno seguro: ese cuidador que atiende primorosamente las necesidades afectivas y fisiológicas del bebé, cuando éste lo necesita; preferentemente, la madre. Esta forma de cuidar a un bebé va a suponer un estrecho contacto físico y emocional difícilmente asumible por ninguna institución.
Aprovecho para aclarar unos conceptos, al hilo de una de las respuestas a la anterior entrada por parte de un interesado lector que hacía referencia a casos prácticos. En primer lugar, hacer notar que los casos particulares no se pueden generalizar si no cumplen, al menos, unos requisitos estadísticos. Es decir, las condiciones particulares de cada familia son muy variables y dependen de lo que cada familia puede y quiere hacer, es decir, de sus prioridades. En segundo lugar, “entorno seguro” es un concepto que no hace referencia a la seguridad percibida por el adulto; hablamos de la perspectiva del bebé, que no entiende aún de accidentes, ni puede expresar verbalmente lo que necesita en cada momento: un bebé, al nacer, sólo “conoce” a su madre, lo demás es extraño y, por lo tanto, peligroso y estresante. Finalmente, no se puede equiparar el tiempo pasado en una guardería con el tiempo de atención efectiva (y, mucho menos, afectiva): las cuidadoras deben repartir su tiempo entre varios bebés y, en no pocas ocasiones, podría no coincidir con el momento en que cada bebé lo necesita y que, seguro, es más de 10 minutos cada dos horas, o cada hora en el mejor de los casos. Aunque entiendo lo que nos plantea el lector y es posible que, en determinadas circunstancias, sea más cauto recurrir a una guardería que a la familia cuando ambos padres necesitan ausentarse irremediablemente. Volveremos a esto un poco más adelante.
La deprivación, que aún no está en el DRAE, sería la privación a un bebé de su entorno seguro. Ya hablamos en entradas anteriores, aunque sin entrar en los detalles neurofisiológicos, de cómo el estrés que supone salir de un entorno seguro puede afectar al desarrollo neurológico de un bebé. Vayamos ahora con algunas de las consecuencias conductuales y, por tanto, visibles. Os voy a ahorrar los detalles y las conclusiones de las investigaciones que el Dr. Spitz hizo sobre deprivación afectiva en los años 40. Tomemos alguna referencia más reciente; los trabajos del profesor Jay Belsky (Director del Instituto para la infancia y la familia, Birbeck College, U. de Londres): “hay pruebas concluyentes de que cuanto más tiempo pasan en la guardería, los niños son más agresivos y desobedientes [que aquellos criados en casa]. En otras palabras, cuanto más tiempo pasan lejos de sus padres, los niños se portan peor. Ojo, no quiero decir que estemos criando psicópatas o asesinos en serie. Es un efecto leve, pero irrefutable”. La ya citada psiquiatra infantil Eulàlia Torras de Beà, a partir de los estudios de Belsky lo dice así: “…ir a la guardería al año más de 10 horas a la semana es un riesgo, más de 20 es seguridad de que habrá problemas y más de 30 de que habrá problemas graves de agresividad, dificultades de aprendizaje y conducta.” Y, en referencia a lo comentado en el párrafo anterior, la Dra. Torras dice también que puede haber situaciones, en las que sea mejor una guardería que el hogar familiar.
Por otra parte, y esto, hoy día, es importante señalarlo, hablamos de un contexto “normal” (concepto ambiguo como ninguno): un contexto en el que, aunque sea a costa de sacrificar, temporalmente, ingresos, carrera profesional, etc. exista la opción de elegir entre casa y guardería (prioridades). En un contexto, como el que ahora nos afecta, de deterioro de la calidad de vida, precarización del empleo, reducción del poder adquisitivo, cotas de paro espantosas, etc. es evidente en que hay que ser muy cauteloso a la hora de repartir responsabilidades. Si ya de por sí, en España, no se ha facilitado mucho la crianza en familia, ahora, con la crisis, aún menos. En cualquier caso, no se trata de culpabilizar, sino de conocer y elegir, y exigir, en su caso.
• Cerebro tuneado. Debe haber motivos muy poderosos para despreciar los “superpoderes” que millones de años de evolución biológica nos han proporcionado. Y es que la maternidad/paternidad lleva asociados cambios cerebrales destinados a mejorar los recursos psicológicos para la crianza de los hijos. Cambios que se han producido por su valor adaptativo, es decir, por su contribución a la supervivencia de la especie. Como ejemplo: hay un mecanismo (incremento de receptores opiáceos) que se ocupa de transformar el esfuerzo que supone la crianza en un placer: razón por la que, para aquellos que más hacen lo que les pide el cuerpo, el tiempo que pasan con el bebé sea como una droga.
Empecemos por mamá. Ya desde el embarazo se empiezan a producir cambios que tienen como objetivo optimizar los recursos y preparar a la madre para un gran desafío: la crianza. Se originan nuevas neuronas (aquello de que, una vez maduro, el cerebro no genera neuronas nuevas, está superado) y determinadas estructuras cerebrales crecen. Como resultado se obtiene cierta mejora a la hora de procesar información, mayor resistencia al estrés y la agudización de algunos tipos de memoria. Se incrementa la atención y la capacidad de respuesta frente a situaciones de peligro.
Papá también. Con toda experiencia nueva se producen reconexiones neuronales, pero las hay específicas de la paternidad. Para estos cambios, no basta con ser padre, sino que hay que ejercer: estar en contacto frecuente con la cría, cuidarla. Así es como se establece el vínculo paternofilial a nivel neurológico; no vale sólo con mirar y hacer cucamonas. Entre los cambios también se encuentra la generación de neuronas y el refuerzo de determinadas estructuras relacionadas con una “memoria social” (vínculo).
Cambios en la familia. Investigaciones recientes muestran, además, que el tipo de relación entre los miembros de la familia también puede provocar cambios neurológicos y, consecuentemente, psicológicos y conductuales. Así, dando ya por entendido que el entorno seguro preferente es la madre, el vínculo que se establece entre padre e hijo también influye en la evolución de ambos. La ausencia del padre aumenta la probabilidad de que en un futuro aparezcan en el hijo problemas emocionales, de agresividad y de adicción. Recordemos que incremento de la probabilidad no significa que se vaya a producir; además, hay otros factores que pueden incidir como mecanismos compensatorios.
• Pero entonces, ¿cuándo?. Eso, cuándo es el momento adecuado para que los hijos hagan su “primera emancipación”. Bien, alguien esperará con ansiedad una cifra, ¿no?. Pues no, no hay cifra; es una cuestión funcional que entenderéis enseguida. Empecemos por decir que, como ejemplo inspirador para nuestros legisladores, en Suecia (dicen que es un país con uno de los mejores índices de calidad de vida del mundo) no dejan llevar a los niños a la guardería antes del año de vida y para ello, madres o padres disponen de una baja maternal/paternal de 16 meses con el 80% del sueldo. Esto sí es política a favor de la familia y no aquella que se obsesiona con prohibir los modelos de familia que no gustan a un determinado colectivo social. En fin, hablaremos de todo esto, la conciliación de la vida laboral y familiar, roles de género, etc. en la próxima entrada.
Vamos con lo que nos interesa. En mi opinión, un bebé no debe salir de su entorno seguro, por ejemplo yendo a una guardería, antes de que tenga una comunicación verbal relativamente fluida que le permita expresar lo que necesita, lo que le gusta, no le gusta, le molesta, le duele, etc. Eso, y que nos permita explicarle, muy básicamente, dónde se va a quedar y, sobre todo, que vamos a volver a recogerlo. Insisto: a un bebé le cuesta entender que su cuidador desaparezca y eso le va a ocasionar estrés, hasta que se habitúe a la nueva situación. Este momento funcional (comunicación) se sitúa alrededor de los 2-3 años.
La edad óptima. Cuando esté maduro para una separación temporal. Qué listo; y cuándo es eso. Pues cuando vemos indicios claros de su disponibilidad: esas demandas, ahora sí, de socialización, que nos invitan a pensar que nuestro hijo contempla la posibilidad de separarse de nosotros un buen rato para jugar con amigos. Y esto puede suceder a los 4, 5, 6…, depende de cada niño.
Mi conclusión es que si no nos separamos de nuestros hijos antes de tiempo (ellos nos dan las señales) y los cuidamos con todo el afecto [lo digo así por ser más técnico y menos cursi, pero estoy pensando en amor, sí], no sólo le proporcionaremos el entorno apropiado para un desarrollo óptimo, sino que estaremos contribuyendo a un mundo mejor: más empático y, por tanto, con menos sufrimiento. Y, cómo es eso: la respuesta en la próxima entrada.
Alguno pensará que todo esto es ciencia ficción, que sólo nos podríamos permitir estos lujos en un mundo ideal. Es verdad que en este momento las cosas están tan complicadas que elecciones de este tipo parecen aún más lejanas que cuando las cosas iban más o menos bien. Pero no es menos cierto que nuestra cultura nos ha hecho creer que tenemos menos posibilidades de elección de las que realmente hay, para hacer más llevadero el paso por el aro. Ir contracorriente es muy difícil; hay que replantearse muchas cosas, sacrificar otras tantas y soportar que desde nuestro entorno nos miren, cuando menos, con extrañeza. En cualquier caso, aquí nunca vamos a decir “lo que hay que hacer es…”; aquí dejamos la información y…
…que tengáis una fructífera reflexión.
Referencias; además de los enlaces del texto:
- Un programa reciente de La 2. Para Todos La 2. Crianza con apego:¿produce adultos más empáticos y disciplinados?. Un poco batiburrillo, pero es lo que tiene meter a varios expertos (pediatra, psicóloga y filósofa) en poco tiempo; entre ellos está el ya citado Carlos González.
- Neurobiología. Cerebro y maternidad, C.H. Kinsley y E. Meyer, en Mente y Cerebro, nº58, págs 22-27.
- Neurobiología. Cerebro y paternidad, B. Mossop, en Mente y Cerebro, nº 58, págs. 28-33.
[…] on 6 mayo, 2013 by […]
[…] otra ocasión ;-] No quiero simplificar ni ser determinista y aunque hay, como dijo Belsky en la entrada anterior, correlación entre tiempo pasado en la guardería y agresividad, debemos ser cautos y decir que […]