«La energía que el hombre y la mujer dedican a la producción de bienes materiales aparece cuantificada en todos nuestros índices económicos. Pero la energía que el hombre y la mujer dedican a la producción, en sus propios hogares, de niños felices, sanos y seguros de sí mismos, no cuenta para nada en ninguna estadística. Hemos creado un mundo trastornado«. John Bowlby (1907-1990), psicoanalista británico especializado en desarrollo infantil, inició el desarrollo de la teoría del apego.
Sigamos contrastando creencias con conocimientos:
- ¡La madre que te parió!.
Un bebé no necesita «socialización de guardería», de hecho, no «socializan» con otros niños hasta que tienen una comunicación fluida. Hasta entonces lo que hacen los bebés en una guardería es arrebatarse los juguetes de las manos, y lo que de verdad comparten desinteresadamente son gérmenes. Hacen eso, y llorar hasta que se habitúan y asumen como normal un nivel de estrés excesivo por deprivación, es decir, por estar privados de lo único que sienten que necesitan: su cuidador de referencia (madre, padre; enseguida hablamos de quiénes y por qué). Un bebé no tiene información (ni se la puedes dar) acerca de que las guarderías son espacios diseñados para ellos, con personal cualificado que pone, normalmente, la mejor voluntad en su cuidado a pesar de tener que hacerse cargo de cuántos… ¿entre 6 y 12 niños?. La única información con que cuenta un bebé es la que le viene dada por los genes, por un lado, y por una estrecha e intensa relación con su madre durante la gestación, por otro. Esa información le dice que el único entorno seguro es su madre. Todo lo demás son sucedáneos a los que tendrá que adaptarse, con un coste en su desarrollo neuropsicológico menor o mayor dependiendo de la calidad de los cuidados y, consecuentemente, la menor o mayor presencia de estrés. Podéis suponer que el menor coste de adaptación lo tendrá con un cuidador excepcionalmente empático, atento, dedicado y afectuoso, que atienda las altas necesidades afectivas y también las fisiológicas, claro, de forma que el malestar y el estrés consecuente se vean reducidos al mínimo y así evitar esas «huellas» en el cerebro. ¿Quiénes son los cuidadores más indicados?, pues siempre que haya buena disposición y ninguna circunstancia que lo desaconseje: madre, padre, abuela/o, tía/o, es decir, dentro de la familia extensa, o «comunidad», aquellos con el mayor vínculo emocional previo posible. Cuanto más se aleje el contexto de cuidados de la díada madre-cría, en los primeros años, más adversos serán los efectos en el desarrollo del bebé. Hay que hacer notar que «efectos adversos» no es sinónimo de «trastorno» o «catástrofe»: los efectos adversos son las huellas que quedan «impresas» en un cerebro plástico y pueden ser leves, moderadas o, en caso de deprivaciones importantes, graves e, incluso, irreversibles. Como ejemplo, una investigación desarrollada en 2012 en la Universidad de Washington que relacionaba los cuidados maternales con el tamaño del hipocampo, una estructura cerebral clave en la memoria y la modulación del estrés. - Lo que necesitas es amor.
Por tanto, lo que un bebé necesita es desarrollar un apego seguro, como nos contaba la psicóloga Rosario Esplá en el Espacio de Padres de Andolina. El apego es el vínculo que se establece entre la cría y sus cuidadores de referencia que, en una situación natural, en los mamíferos, son los padres y, especialmente, la madre. Como he dicho (perdonad la insistencia), la calidad de ese vínculo va a condicionar decisivamente el desarrollo psicológico de la cría; sus capacidades y sus carencias. Como resume la psicóloga especializada Sue Gerhardt: «bebé dependiente, adulto independiente«. Y viceversa: si forzamos la independencia en un bebé, aumentamos la probabilidad de conseguir un adulto más dependiente, con menos tolerancia al estrés y mayor predisposición a trastornos psicológicos, precisamente por un apego no-seguro. Y es que es a partir de un apego seguro, desde donde el bebé va a tener la mejor disposición para explorar el mundo y las relaciones sociales. Como dice la psiquiatra infantil, y autora del libro «La mejor guardería, tu casa», Eulàlia Torras de Beà en una entrevista de «La Vanguardia» («La guardería no puede criar saludablemente a un bebé«; no os la perdáis):
«[…]
-Un entorno estable proporciona seguridad al bebé, seguridad que lo anima a explorar: así madura bien. Alterar su entorno le resta seguridad, lo que frena su desarrollo.
– ¿No está dramatizando, doctora?
– Lo confirman los últimos hallazgos en neurociencias y psicología evolutiva.
– ¿Me los resume?
– De los cero a los dos años, cuando más plástico es el cerebro, las neuronas del bebé se desarrollan según la calidad de los estímulos que recibe por interacción con las personas centrales de su mundo: abrazos, achuchones, caricias, risas, balanceos, movimientos, sonidos, voces, cantos, palabras, mimos, cariños, músicas, olores, colores, sabores…
– ¿Y besos?
– Y besos. Todo eso sofistica y enriquece su sistema neural y nervioso, el sistema desde el que establece su relación emocional y cognitiva con el mundo y consigo mismo. […]
– O sea, que deberíamos mimar al bebé.
– Atender sus necesidades de hambre, sueño y -sobre todo- cariño. No es sobreprotegerlo, ¡es protegerlo de lo que vendrá!. Porque el niño así criado gozará de estabilidad emocional, autoestima y coherencia: estará bien preparado para los reveses que vendrán.
[…]«.
Vamos terminando, que me están quedando muy densas las entradas. Los patrones de la conducta de crianza han evolucionado con la cultura, hasta el punto de llevarnos a algunas prácticas disfuncionales y perjudiciales para el buen desarrollo de los niños. Y hay agravantes: nuestra propia socialización, ese proceso por el que integramos los valores, normas, expectativas, etc. de nuestro contexto socio-histórico. Como comentamos hace unas entradas una de las posibles consecuencias en todo proceso de socialización es la alienación, por la que asumimos valores y objetivos ajenos que, lejos de satisfacer nuestros intereses, nos pueden perjudicar al llevarnos a establecer nuestras prioridades personales sin atender a nuestras necesidades reales. Es un proceso por el que aceptamos como algo normal o inevitable situaciones adversas que, aún peor, podrían responder a los intereses de otros, hasta el punto de sorprendernos, e incluso sentirnos molestos, cuando se insinúa la posibilidad de que nos estén «manejando» con fines que desconocemos. Cada día hay más ejemplos de esto, pero volvamos al que nos ocupa: la crianza. Las advertencias que hice al principio de la entrada anterior obedecen al hecho de que no son pocas las personas que sienten cierta resistencia, incluso ofensa, por conclusiones como las que se exponen aquí. Pero insisto, estas conclusiones no son ideológicas, son el resultado de estudiar estos procesos desde diferentes perspectivas científicas: biología, etología (comportamiento animal), antropología, psicología y neurociencias. Se pueden contrastar y debatir en el plano del conocimiento, aportando evidencias. Las creencias son creencias y, por tanto, subjetivas y poco manejables en un debate racional. Mi intención es aportar información no muy accesible partiendo de tres supuestos:
- Los padres, normalmente, queremos lo mejor para nuestros hijos.
- Los adultos, normalmente, tratamos de conseguir las mejores condiciones de vida, en función de las circunstancias que nos rodean.
- Pero, normalmente, no disponemos de toda la información relevante a la hora de establecer prioridades en función de nuestro bienestar, debido a:
- que se nos dificulta el acceso a dicha información, entre otras cosas, por el el ritmo de vida que nos impone nuestra sociedad de consumo creciente.
- que desde pequeños se nos bombardea con mensajes que identifican bienestar con expectativas materialistas espurias, es decir, al servicio de intereses ajenos. Porque como decía Bowlby al principio de este capítulo, vivimos en un mundo trastornado: se antepone el crecimiento económico al crecimiento personal.
Así, desde el Espacio de Reflexión de Andolina se pretende contribuir, modestamente, a favorecer el desarrollo pleno de nuestros hijos y evitar situaciones como las que expone Sue Gerhardt en su libro «Amor maternal«: «Mis descubrimientos me han llevado a la conclusión de que la desinformación parental, o la falta de capacidad para cuidar un bebé, pueden dar lugar al establecimiento de déficits crónicos en los hijos que, a su vez e inevitablemente, perjudican también a otras personas«.
Entraremos más a fondo en las controversias acerca de las relaciones de dependencia, los roles de género, la incorporación de la mujer al mundo laboral, la conciliación de la vida laboral y familiar, etc. en una próxima entrada, aunque no la siguiente. Porque nos quedan más evidencias a favor de una crianza amorosa y en familia. ¿Sabíais que la biología nos da «superpoderes» a los padres?, ¿qué edad es la adecuada para escolarizar a los niños?, ¿y la óptima?; de eso, y otras cosas, hablaremos en el próximo capítulo.
Cierro con unas palabras que, si la fuente no me falla, pertenecen al conocido pediatra Carlos González, autor de títulos necesarios como «Bésame mucho» y «Un regalo para toda la vida«, entre otros: «Estoy cansado de oír que los niños son unos consentidos. Los niños de hoy no están consentidos, están deprivados. Tal vez tengan más juguetes, pero los niños de 2 a 4 años no te piden juguetes, sólo te piden tu presencia y cariño, y eso es lo que menos tienen. Es la generación en toda la historia de la humanidad que menos ha estado con sus padres, son los primeros que van con meses a la escuela, en lugar de con años. Un niño con dos años no te pide que le compres nada, ni lo podrías sobornar con nada, sólo te pide que estés con él«.
¡Hala!, a descansar si podéis: buenas vacaciones 😉
Entrevista a Torras, fantástica. ¡Qué tristeza y qué alegría por ver que lo que siento y pienso como formadora en educación infantil es lo que otros ven hace tiempo!. Ojala que yo pueda ver que nuestros niños están hasta los 6 añinos en casa… al menos como norma y opción de vida para unos padres y madres.
Estupenda entrada! Qué lástima que no se hable más de estas cuestiones en los medios de comunicación y en el ámbito sanitario. Aún escucho muchas veces lo de «que vaya a la guardería, para que se socialice», aún cuando alguno de los padres no trabaja. Y ya que muchos nos vemos en la obligación de meterlos en guardería con meses, que al menos cambien las normativas, y se reduzca la ratio por educador (y se pongan los medios desde el estado para que siga siendo viable la actividad). Muchas gracias.
Cristina.
Aquí adjunto unas imágenes «en diferido» X-D sobre mamás y crías…
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/03/26/album/1364322580_112241.html#1364322580_112241_1364323600
Estoy de acuerdo en las ideas y conceptos mostrados aquí, y partiendo de la base de que el mejor entorno es el propio domicilio y la presencia de sus padres, pero cuando por razones de trabajo esto es imposible y se trata de evaluar las alternativas: Tengo mis dudas sobre la exposición que se hace de que la escuela infantil no pueda ser un entorno seguro (y sí lo sea la casa de los tíos/abuelos la cual seguramente no hayan visitado más de 5 o 6 veces en su primer año de vida) y la profesora/cuidadora pueda ser también un cuidador de referencia (una persona con la que comparte fácilmente 5 o 6 horas al día). Es evidente que en la guardería no le darán tanto cariño como en sus familias, pero a nivel de estimulación y aprendizaje es un personal más cualificado que seguramente la mayoría de padres/tíos/abuelos y al cabo de dos semanas ya habrá pasado más tiempo son su profesora del que haya pasado en 6 meses con cualquier otro familiar que no sean sus padres.
[…] ir contracorriente, en determinados contextos, da buena imagen. No, no es eso. Como dije en la entrada anterior, nuestro ritmo de vida y los dispensadores masivos de “cultura” nos dificultan el acceso a […]
[…] on 27 marzo, 2013 by […]