Una ventana al paraíso empañada por el miedo a lo desconocido.


Cuando Ratón tenía un añito, su mamá (léase yo) empezó a ‘pre-ocuparse’ (como es habitual) por el cole. En paralelo, cursaba un máster en formación docente, con lo que sabía exactamente los requisitos que tenía que cumplir el centro y el profesorado. Así, nos pusimos manos a la obra para elegir aquello que mejor se adaptase a Ratón.

Entre muy variados tipos de cole tuvimos ocasión de conocer Andolina.

‘Alivio’.

Creo que esa es la palabra que mejor define lo que sentimos allí. Por fin un lugar donde otros papás y otras mamás compartían nuestras inquietudes y buscaban lo mismo para sus retoños y retoñas: respeto, empatía, calidez y una esperada atención.

Un grupo de familias valientes, a las que nunca agradeceremos suficiente, se habían unido años atrás para crear lo que sería nuestro futuro segundo hogar en su incesable afán por ofrecer a sus criaturas lo que consideraban mejor, más allá de límites, normas o sistemas, pero respetando todo eso al mismo tiempo.

En la jornada de puertas abiertas fueron muy claros. Aquí los papás y las mamás forman parte del cole, se involucran y aportan aquello que puedan o lo que mejor se les dé.

Los espacios son abiertos, los materiales están a libre disposición de cada peque y también de cada profe, para guiarles siempre que sea necesario o lo requieran.

El orden, la selección de materiales e incluso la distribución de los propios espacios había sido meticulosamente planeada y remodelada en base a las necesidades detectadas en cursos anteriores. No había nada al azar y al mismo tiempo, era un lugar de libertad para niños y niñas donde podían elegir en función de sus preferencias, intereses o estado de ánimo en cada momento del día.

Espacios para relajarse, concentrarse, pintar, hacer puzles, aprender letras, recortar…

Otros para saltar, bailar, escalar o columpiarse.

El exterior nos cautivó: árboles enormes de los que colgaban largos columpios, casitas-árbol, huerto, compostaje…

¿Alguna vez habéis visto un lugar y habéis pensado que parece diseñado por vuestra mente? En mi caso solo podía pensar que aquello estaba más allá de lo que mi cabeza alcanzaba a imaginar o crear.

En medio de todo esto lancé yo mi primera pregunta: ¿Cómo lleváis a cabo la atención a la diversidad en vuestro centro? (Para los que estéis más o menos como yo hace tres años, esto significa atender a los peques que tengan necesidades especiales de la forma que sea mejor para su desarrollo global).

Aquí no hay un programa específico de atención a la diversidad. Cada criatura recibe la atención que necesita, adaptada a sus necesidades, su situación y sus circunstancias.

Y es que, claro, cada persona es diferente, con su ritmo, sus problemas, sus inquietudes… ¿Por qué limitar esa atención individualizada al alumnado con un diagnóstico?

He de reconocer que esto me inquietó al principio, pues no encajaba con lo que había estudiado: ¿sin diagnósticos?

A día de hoy puedo decir que esto es probablemente lo mejor de Andolina: El equipo docente convierte cada información que proviene de un niño o una niña en una herramienta para su bienestar y su desarrollo: un pequeño problema digestivo, un familiar enfermo, una especial sensibilidad emocional, un cambio importante en el hogar… Todo es tenido en cuenta en el día a día, respetado, trabajado si es necesario y tratado con mimo y cariño hasta el extremo.