¿Qué Aprendes en el Cole?

La semana pasada fuí a la revisión de los 6 años con mi hijo mayor. Tengo que decir que desde que llegamos a Gijón nos han cambiado como unas seis veces de pediatra. Esto se debe a que la plaza no es fija y el puesto va rotando, así que ese día nos encontramos con un doctor nuevo en la consulta.

Así fue:

Al principio me llevo un disgusto porque la última persona que nos había atendido nos gustaba muuuucho. Ante la incertidumbre que te da el no saber cómo será el nuevo pediatra, espero expectante a que llegue nuestra hora (cruzo los dedos).

Nos toca. Entramos. La enfermera no tarda nada en emitir juicios sobre el peso (demasiado bajo) o los pelos (demasiado largos). Bueeeeeeno. No pasa nada. Respiro, respiro. Y en estas llega el doctor, muy simpático y dirigiéndose a su paciente, que es mi hijo, no yo. Empezamos muy bien. Lo examina y comenta que está fibroso y con moratones, seguro que de jugar y hacer ejercicio. Le pregunta si hace algún deporte de contacto. Mi hijo le responde que “judo”… “Aaaaaah, muy bien, muy bien, por eso estás tan fuerte”. Y continúa ganándose la confianza de la personita que está tratando. Al llegar a examinar la boca, ve que tiene los dientes muy gastados y pregunta: “Mmm, ¿tú rechinas los dientes de noche, ¿eh?”. Yo pienso: “la verdad es que ya no, el bruxismo es algo que dejó hace dos años, pero lo tuvo, y mucho”. Esto lo dije yo metiéndome en la conversación sin permiso y pensando en si debería contar también que a raíz de esto tuvo un objeto incrustado, y una caries que terminó en endodoncia, y…. pero me contuve y el señor siguió hablando con mi hijo, contándole porque pasaba esto de apretar los dientes. “Eso pasa cuando contenemos la emociones, cuando no somos capaces de decir cómo estamos realmente, el cuerpo libera esa presión haciendo cosas raras…Tienes que aprender a decir cuando estás enfadado o triste o lo que te apetece hacer de verdad”, explica.

Y oye… Fue escucharlo y volví a recordar toda aquella época, de cuando entramos en el cole, y la mayor parte de mis tutorías iban dirigidas a trabajar esas necesidades que Guille tenía. En esas reuniones no hablaba con su tutora de si había aprendido los números en inglés o contaba hasta el 200. La mayor parte del tiempo me contaba su día a día y las experiencias que tenía en sus relaciones. Soy consciente que trabajaron mucho con él su autoestima y seguridad en sí mismo. Cuando en una ocasión mostré preocupación por cómo se dejaba llevar siempre por los demás, se volcaron en ayudarle a hacer las tareas que realmente quería hacer, a que diese siempre su opinión sin miedos… Vamos, lo que supone ser uno mismo. Tan simple como eso.

Así que cuando aquel doctor tan simpático pasó a preguntarle que qué tal en el cole, y que qué cosas había aprendido, no pude evitar responderme interiormente que sobretodo lo que ha aprendido es precisamente aquello que consiguió que dejara el bruxismo. En el cole (y en casa) había aprendido la mayor lección de su vida: a ser él mismo y a controlar sus emociones; a decir lo que piensa y cómo se siente; y a no hacer las cosas dejándose llevar sin tener ganas de hacerlas y un montón de cosas más con las que sigue creciendo cada día.

Y he vuelto a leer todos los informes de su etapa de infantil. Sin duda, ha sido maravilloso revivir todo aquel crecimiento. Me alegro tanto de que haya tenido la oportunidad de crecer así, en un entorno tan respetuoso con su personalidad, frágil y sensible, en un ambiente que tiene tan en cuenta sus ritmos, sin presiones…, que verlo ahora, tan seguro e independiente, me llena de alegría.

Y ojalá el pediatra se quede por muuuuuuuuucho tiempo.