A ver, dónde lo dejamos el año pasado…
…ah, sí, en una fe de erratas de la traducción del video de Ken Robinson sobre los paradigmas educativos: «alienación«.
Este concepto nos va a permitir llevar este último artículo de la trilogía a la profundidad que exigen tanto el «Espacio de reflexión» de Andolina, como la dramática situación socio-económica en la que nos encontramos actualmente. Reflexionemos, pues, sobre qué nos motiva a buscar opciones educativas «diferentes» y cuáles pueden ser sus implicaciones.
Las motivaciones para dar a nuestr@s hij@s una educación «diferente» a la convencional o mayoritaria (escuela: libre, activa, en casa, etc.) pueden ser variadas: problemas de adaptación del niño a la escuela o de la escuela al niño, necesidades educativas especiales, afinidad ideológica y/o pedagógica, por amistad o, incluso, por imagen, comodidad, etc.
Vamos a la implicaciones. Dependiendo de nuestras motivaciones, hemos podido atender, en mayor o menor medida (o en ninguna), a las implicaciones de la decisión, «arriesgada», que supone educar al margen de la corriente dominante. Partiendo del supuesto de que todos intentamos proporcionar a nuestros hijos los mejores recursos a nuestro alcance para su educación, entre nuestras intenciones, previendo el día en que han de enfrentarse a un mundo cada vez más hostil, podrían estar:
- que adquiera las herramientas necesarias para que se adapte y compita en las mejores condiciones posibles,
- que tenga las herramientas necesarias para que entienda el mundo y pueda decidir si adaptarse y/o intentar cambiarlo si no le gusta,
- entre ambas opciones, o más allá de ellas, un universo de posibilidades a gusto del progenitor.
Las diferentes expectativas que tenemos los padres/madres respecto al futuro de nuestros hijos vienen condicionadas por nuestra forma de percibir el mundo que, a su vez, es resultado de la interacción de factores psicobiológicos y culturales (desarrollaremos esto un poco, más abajo). En relación con lo dicho en el párrafo anterior:
- hay quienes consideran que vivimos en un mundo benigno, con más libertades y oportunidades que nunca,
- hay quienes consideran que vivimos en un mundo maltrecho, con libertades aparentes y oportunidades restringidas,
- hay quienes consideran otras cosas; mejores o peores que las anteriores.
Lo cierto es que, independientemente de que hayamos «mejorado» a lo largo de la historia, no se puede negar que en nuestras sociedades postindustriales y de consumo creciente, el acceso a los recursos (y al poder consecuente) es muy desigual: hay una evidente tendencia al acaparamiento por parte de una ínfima minoría muy poderosa que, además, tiene la capacidad de establecer reglas de juego (leyes) favorables a sus intereses, en detrimento del resto de la población. Esa capacidad «legislativa», cuyo objetivo es preservar el statu quo (la distribución de poder), es uno de los factores que nos impiden reducir la desigualdad y el malestar consecuente. Si no, cómo es posible que, a pesar del exponencial avance del conocimiento, siga habiendo tanta miseria y sufrimiento en el mundo, cuando hay recursos de sobra para todos. Todo, incluída la educación -como estamos viendo estos días con «los recortes»-, está supeditado a la economía, es decir, a la prioritaria optimización de los beneficios de unos pocos.
Otra de las razones que alimentan la sumisión de la población frente a sistemas injustos y abusivos -qué mejor ejemplo que la «crisis» actual, en la que estamos tragando lo intragable- es la alienación. Aunque es un concepto complejo, voy a intentar «traerlo», resumido, a esta reflexión: sería el proceso por el cual un individuo persigue intereses ajenos, como si fueran propios, sin ser consciente de ello. Es un tipo de enajenación (enajenar viene del latín: in + alienare). ¿Cómo nos «implantan» esos intereses ajenos?; pues, a través de los conocimientos, valores, normas, expectativas, etc., que conforman nuestra cultura y que se transmiten, principalmente, a través de la educación y los medios de comunicación. Y, ¿de quién son los intereses que nos «invitan» a seguir?, ¿quién decide qué deben aprender nuestr@s hij@s? y ¿por qué?…
Ya nos advertía, entre otros, el filósofo y sociólogo alemán Herbert Marcuse en «El hombre unidimensional» (1964), que la mejora de la calidad de vida a lo largo del s.XX supuso una especie de anestesia a los movimientos críticos y, consecuentemente, un «antioxidante» para las estructuras de poder. También denunciaba que nuestras sociedades de consumo se encargan de que prestemos más atención a las necesidades ficticias (creadas para consumir) que a las reales (o naturales). Y que lo consiguen alienando la conciencia (aquello que permite valorar y distinguir unas necesidades de otras) mediante la invasión de las competencias educativas familiares en el periodo crítico de la niñez, que es cuando se forman la conciencia, los valores, las expectativas con las que nos vamos a enfrentar al mundo.
Vamos a hilar algunos de los conceptos que han aparecido hasta ahora:
desigualdad > statu quo (poder) > leyes > educación > alienación > sumisión > desigualdad > statu quo (poder) > …
Diréis que tengo mucha imaginación, pero el último renglón me recuerda a una rueda para hámsters. Y lo peor es que aún hay demasiada gente corriendo hipnotizada en esa rueda, sin saber, por alienación, que la rueda, y la jaula en la que se encuentra, le impiden acceder a la que Marcuse consideraba la necesidad real más importante: la libertad. Y es que, como decía otro sociólogo de referencia, el americano Charles Wright Mills (1916-1962), una de las claves para el correcto funcionamiento de nuestro sistema socio-económico es que seamos «robots felices»: asumimos unos roles que nos vienen dados por nuestro contexto socio-histórico, que condicionan pensamiento y conducta (alienación), hasta el punto de lograr una integración acrítica en la sociedad en una suerte de borreguismo muy útil para quien controla el sistema.
¿No da un poco de miedo?…
Me gustaría que volvierais a echar un vistazo al vídeo de Robinson sobre los paradigmas educativos, y que os fijarais en la pirámide que aparece en el minuto 2’35», que ilustra determinadas «suposiciones sobre la estructura social y la capacidad de las personas». Esa pirámide explica cómo perciben el mundo, generalmente, los que detentan el poder. Bien podría ser la imagen del «statu quo» o las relaciones de poder en una sociedad estratificada. Descrita de forma abreviada: nos muestra en la cima (muy pequeña) las pocas manos que acaparan los recursos, el poder, y más abajo, una amplísima base en la que nos encontramos el conjunto casi completo de la humanidad y que viene identificada por un lindo zurullo. Entre ambos estratos se encuentra una confortable capa aislante compuesta por los políticos-burócratas, por un lado, que se afanan torpemente en mantener la apariencia de libertad de los regímenes democráticos, y por otro lado, los «acomodados» (ya sea por mérito propio, por «herencia», nepotismo o parasitismo, a saber…) cuyo papel es mantener viva la ilusión de la movilidad social ascendente como salvación, que defienden el sistema en virtud de sus propios logros (ya sean legítimos o ilegítimos) y que no tienen muchos motivos para preocuparse por su subsistencia; mucho menos por la de los demás. Es una descripción libre y subjetiva, lo sé. [Debajo de esta entrada hay un rectángulo para comentarios y otras descripciones libres 😉 ]. Otra de las cosas que nos explica Robinson en el vídeo es el contexto en el que surge y se extiende la educación pública y universal de la que la actual es descendiente directa: la Ilustración y, posteriormente, la Revolución Industrial y su creciente demanda de mano de obra con una cualificación básica, etc. La educación pública supuso un enorme avance para los habitantes de «Zurullolandia», pues nos sacó del analfabetismo y nos permitió el acceso a la cultura, con una consecuente reducción de la desigualdad. Pero aquel contexto está totalmente superado; se supone que estamos en una fase avanzada de la Era del Conocimiento, aunque no lo parezca.
La cuestión es que el sistema educativo no ha evolucionado a la par que el conocimiento, sino al arbitrio de los intereses políticos de cada momento, es decir, los intereses de la parte alta de la pirámide. Sin embargo, a pesar de constatar el daño social creciente que esta situación provoca, la reivindicación de modelos educativos alternativos no implica, necesariamente, el enfrentamiento con los modelos convencionales. Tampoco se trata de denostar la enseñanza reglada convencional, donde muchos profesionales, a pesar de la constricción del modelo, intentan trabajar con criterios similares a los que defienden los modelos alternativos. Las principales críticas al modelo convencional hacen referencia al hecho de que se ha quedado obsoleto (recordemos la opinión de Roger Shank en la primera parte de esta trilogía): ha cambiado muy poco desde que se creó, sobre todo teniendo en cuenta los avances en psicología evolutiva y educacional, en tecnología de la información, etc.. Ha cambiado tan poco, que nos lleva a cuestionar sus objetivos formales; como se expuso en la segunda parte de esta trilogía: el afán de acelerar (en educación infantil y primaria) la competitividad, para un lejano e incierto desempeño laboral, con contenidos y habilidades irrelevantes para l@s niñ@s y, por tanto, desmotivadores, deberes y exámenes (más desmotivación), la falta de adaptación a las diferencias individuales de maduración, aptitud, etc. está demostrando ser una barrera al desarrollo pleno de las capacidades de los alumnos y se acaba convirtiendo en un filtro que desecha progresivamente a aquellos que no encajan en sus procesos educativos estandarizados (fracaso escolar, y lo que es peor, personal, por el sabotaje a su autorrealización). Y los que encajan, lo hacen en un proceso que conduce a la conformidad (normas, relaciones jerárquicas, obediencia, etc.) y a la uniformidad (en conocimientos, expectativas, pensamiento convergente, valores de tipo cuantitativo, etc.); es decir: alienación. A qué intereses responde este orden de cosas. Por qué los jerarcas se empeñan en deteriorar un sistema educativo ya de por sí obsoleto. Qué mundo cabe esperar de un sistema educativo que parece una fábrica de robots (cada vez «menos felices»).
Reivindicar modelos alternativos no implica sustituir unos modelos por otros, sino que podamos elegir qué mundo queremos para nuestros hijos y, por tanto, cómo queremos educarlos. Consideremos dos opciones que representan a dos legítimas formas de percibir e interpretar el mundo, en función de sendos perfiles psicobiológicos relacionados, a su vez, con diferentes estrategias de supervivencia:
- Un mundo egoísta, que tiende a la desigualdad, socialmente muy estratificado y muy polarizado, y con el poder concentrado.
- Un mundo cooperativo, que tiende a la igualdad, socialmente poco estratificado y poco polarizado, y con el poder distribuído.
- Entre ambas opciones, o más allá de ellas, tantos mundos como se os ocurran…
«Una sociedad jerarquizada sólo es posible si se basa en la pobreza y en la ignorancia.» , George Orwell (1903-1950), escritor y periodista; de su novela «1984».
[…] por el que integramos los valores, normas, expectativas, etc. de nuestro contexto socio-histórico. Como comentamos hace unas entradas una de las posibles consecuencias en todo proceso de socialización es la alienación, por la que […]
[…] nuestras necesidades reales, y no de las ficticias que nos inoculan desde pequeños (¿recordáis lo que decía H. Marcuse?). A menos que elijamos, libremente, las ficticias, claro; eso es la […]
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[…] esta serie de artículos sobre la escolarización temprana como hicimos con la anterior serie (“Qué queremos para nuestros hijos”), con reflexiones a largo plazo; las implicaciones de nuestras decisiones. Extenderé, a su […]