Nos pasamos la vida corriendo, madrugando, mirando el reloj para no llegar tarde, estresándonos casi de continuo… y en esa vida veloz arrastramos a nuestros niños. Prohibiéndoles disfrutar cada minuto al ritmo que necesitan para sentir placenteramente las cosas que ocurren a su alrededor.
Pararnos de camino al cole para vernos reflejados en un charco, elegir con calma la chaqueta que hoy quiere vestirse, esperar unos minutos mientras termina de atarse por sí mismo los cordones (“al principio cuesta un poco, mamá!!”)…
En una palabra: desacelerar.
En unas pocas palabras más: sentir con calma, permitirse ser consciente de cada cosa que vivimos, experimentar una y otra vez.
A propósito de esta reflexión, os traemos un extracto del libro de Carl Honoré «Elogio de la lentitud»:
LOS HIJOS: LA EDUCACIÓN DE NIÑOS PAUSADOS
A finales de 2002, Maurice Holt, profesor emérito de educación en la Universidad de Colorado, publicó un manifiesto en el que pedía un movimiento de alcance mundial por una “Slow schooling” (escolarización lenta). En opinión de Holt, volcar sobre los niños información con la mayor rapidez posible es tan nutritivo como engullir un Big Mac. Es mucho mejor estudiar a un ritmo más lento, tomarse tiempo para explorar los temas a fondo, establecer relaciones, aprender a pensar y no a aprobar exámenes. El aprendizaje lento puede ensanchar y vigorizar la mente.
Holt escribe: “De golpe, la noción de la escuela lenta destruye la idea de que la escolaridad consiste en almacenar apretadamente, poner a prueba y uniformar la experiencia. Las escuelas lentas posibilitan la invención y la repuesta al cambio cultural”.
Holt y quienes lo apoyan no quieren que los niños aprendan menos o que se pasen la jornada haciendo el tonto. El trabajo a conciencia tiene su lugar en la clase lenta, pero, en vez de estar obsesionados por los exámenes, los objetivos y los horarios, se proporciona a los niños la libertad de enamorarse del aprendizaje. En lugar de pasar la clase de historia escuchando al profesor que desgrana fechas y hechos acerca de la crisis cubana de los misiles, los alumnos podrían llevar a cabo su propio debate al estilo de las Naciones Unidas. Cada alumno investigaría la postura de una gran potencia en el punto muerto de 1962 y, entonces, lo argumentaría antes el resto de la clase. Los chicos seguirían trabajando con ahínco, pero sin la pesadez del aprendizaje de memoria.
El centro Institue of Child Study Laboratiory School, en Toronto, también sigue un enfoque lento. A sus doscientos alumnos, de entre cuatro y doce años, se les enseña a aprender, comprender, buscar el conocimiento por sí mismos, libres de la obsesión con los exámenes, las calificaciones, los horarios de la escuela convencional. Sin embargo, cuando se someten a exámenes normales, sus calificaciones suelen ser muy altas. Muchos de esos estudiantes han obtenido becas en las principales universidades el mundo, lo cual respalda la creencia de Holt de que “la suprema ironía de la escuela lenta es que precisamente proporciona el alimento espiritual que los alumnos necesitan… Éstos obtienen buenos resultados en los exámenes. Con el éxito sucede lo mismo que con la felicidad, es mejor buscarlo de una manera oblicua”.
Librar a la próxima generación del culto a la velocidad significa reiventar toda nuestra filosofía de la infancia.
Más libertad y fluidez de la educación, más hincapié en el aprendizaje como placer, más espacio para el juego desestructurado, menos presión para que los pequeños imiten las costumbres de los adultos…
Imagen: Caracol de Ellhoisa
Fantastico…. . Construir en torno a esta idea supone un gran desafío, vale la pena hacerlo …. Desde Venezuela les confiero mi admiración. Que tal si nos planteamos edificar los fundamentos de esta concepción educativa …
Saludos cordiales
Emilda